La fonología engloba el área segmental (los fonemas son su ámbito de estudio) y el suprasegmental (la prosodia es su ámbito de estudio).
El término prosodia o fonología suprasegmental se refiere a la relación entre los fonemas que da lugar a parámetros acústicos como la duración, frecuencia e intensidad (Shattuck-Huffnagel y Turk, 1996) que, a su vez, ocasionan diferentes rasgos prosódicos como el acento, entonación y ritmo del habla, entre otros (Llisterri, Machuca, Mota, Riera y Ríos, 2005).
Se habla de prosodia emocional (cuando el hablante expresa contenidos afectivos en el mensaje tales como alegría, miedo o enfado) y lingüística. La existencia de ambas como funcionalmente independientes es un debate abierto, como afirman Leiva, S, at al. (2017).
Para Snow (2000) ambos tipos son en sí mismos lingüísticos y emocionales desde un punto de vista funcional.
Por tanto, tal y como lo expresan Aguilar, L. y cols. (2015), las funciones y formas prosódicas se usan en el habla con un doble fin: 1) organizar y estructurar la información que se está ofreciendo a los interlocutores, y 2) aplicar diferentes entonaciones y patrones acentuales a la cadena sonora de manera que se transmita el significado perseguido (desde la diferencia entre una pregunta y un enunciado, hasta los matices de las emociones).
Las raíces de la prosodia son tempranas. Es el primer componente lingüístico que abordamos en nuestra L1. Muy tempranamente los/as niños/as ya tienen un cierto dominio de las entonaciones lingüísticas de su L1 (Romero, Etxebarria, Gaminde y Garay, 2015). Los/as niños/as nacen con una predisposición a captar las características rítmicas del lenguaje materno (Cutler y Mehler, 1993; Wood, 2006), lo que ayudaría a segmentar en palabras el continuo del habla, facilitando la creación y el acceso a las representaciones léxicas (vocabulario).
A pesar de esas preferencias por el patrón prosódico de la lengua materna, el desarrollo de este componente se alarga en el tiempo. Aunque hay estudios que señalan que la adquisición de la entonación ocurre antes de decir las primeras palabras (Bever eta al. 1971; Locke, 1983), el dominio de patrones de entonación con un completo control perceptivo y de producción (la amplia gama de funciones asociadas) precisa de varios años (Cruttenden, 1986; Cortés, 2001) y se sigue adquiriendo incluso después de la pubertad (Cortés, 2002).
Por tanto, la comprensión de las características prosódicas del lenguaje oral aún está desarrollándose cuando la mayoría de los niños están aprendiendo a leer. Cruttenden (1984) mostró que incluso los niños de 8 años procesaban de manera pobre los patrones de acentuación prosódica, aquéllos que atañen al significado de la frase, de modo que no les ayudaba en la comprensión del lenguaje oral. Por ejemplo, no entendían la diferencia de intención comunicativa entre frases como Isabel está ya EN la fiesta / Isabel está YA en la fiesta.
La prosodia está relacionada tanto con el aprendizaje del lenguaje oral (Beattie y Manis, 2012; Fraser, Goswami y Conti-Ramsden, 2010) como del lenguaje escrito (Goswanmi, Fosker, Huss, Mean y Szucs, 2010; Kuhn et al., 2010).
La conciencia prosódica evaluada a final de educación infantil, al comienzo y al final de 1º de EP, predijeron un porcentaje significativo de la varianza en las habilidades lectoras 6 meses después, una vez controlada la conciencia fonológica y el vocabulario (Calet et al. 2015).
La prosodia mejora la comunicación y la comprensión. El lenguaje puede ser bastante ambiguo (Wilson y Wharton, 2006) y la prosodia ayuda a eliminar esa ambigüedad, como en la prosodia nasal y lenta que caracteriza al sarcasmo (Anolli, Ciceri e Infantino, 2000; Bryant, 2010).
La conciencia de las habilidades prosódicas favorece el desarrollo de las habilidades lingüísticas (Demuth y Tomas, 2016; Peppé, 2018; Prieto y Esteve-Gibert, 2018; Wells, Peppé y Goulandris, 2004). Por lo tanto, déficits en este ámbito afectarían al desarrollo adecuado del lenguaje oral (Wells y Peppé, 2013) y, en última instancia, a las habilidades de lectura (Wood, Wade-Woolley y Holliman, 2009).
Se ha encontrado que la conciencia prosódica correlaciona significativamente con las medidas de conciencia fonológica tradicional, vocabulario, memoria y habilidades de lectura (Beattie y Manis, 2014; Holliman, Wood y Sheehy, 2012; Whalley y Hansen, 2006). También hay una relación con la sintaxis, ya que existe evidencia de la contribución de la prosodia a la resolución de ambigüedades sintácticas y en el procesamiento de oraciones para rellenar huecos (Gerken, 1996; Nagel y cols. 1994; Shapiro y Nagel, 1995). Así que en el procesamiento del lenguaje, la prosodia tiene una función definida, y es la de proporcionar pistas para la resolución de otros niveles de la estructura lingüística, ya sea sintáctico, léxico o semántico.
Hay evidencias claras de que los niños con TDL y DEA en lectura tienen peor percepción y conciencia prosódica del lenguaje oral (Beattie y Manis, 2012; Cumming, Wilson y Goswami, 2015; Fisher, Plante, Vance, Gerken y Glattke, 2007; Marshall, Harcourt-Brown, Ramus y Van Der Lely, 2009) y que a nivel expresivo presentan una entonación más pobre que sus iguales (Marshall et al., 2009; Snow, 2001; Wells y Peppé, 2003) así como una menor capacidad de producción del acento léxico (Alves, Reis y Pinheiro, 2015; De Luca, Pontillo, Primativo, Spinelli y Zoccolotti, 2013; Suárez-Coalla, Álvarez-Cañizo, Martínez, García y Cuetos, 2016).
La prosodia es un elemento fundamental para la transmisión del mensaje y el éxito de la comunicación. La competencia prosódica se desarrolla en interacción con los hablantes. Cada vez son más los niños y niñas cuya lengua materna no es la curricular. Puede haber lenguas prosódicamente próximas pero las hay con grandes diferencias. Para que el alumnado llegue a dominar la prosodia, es esencial que la practiquen integrada con los demás componentes del lenguaje y en discursos de habla espontánea, ya que el significado del componente prosódico también se negocia entre los interlocutores (Centro Virtual Cervantes).